16 de Septiembre 2006

Presente del cielo

En mi escrito solo hablo de un cielo,
un cielo reseco, acabado
de limpiar por las nubes, un cielo de polen, de arcilla azul.
Si lo narro su cubierta de lunares de astro
se mueve nerviosa en círculos vacíos como un ojo
que busca las montañas
para llenarlas de luz, de lava.
Le exigiré lo que apenas estambre
acaba de abandonar la flor
con las alas ferruginosas de los que ahora
se pierden al empujar puertas,
le exigiré a los recién llegados.
Discutiré en sus débiles prados no el nombre
sino la imagen del nombre antes de que
sea liquen o se desmorone como una piedra negra
y de su recuerdo surja un sol áspero,
una espesura donde los pájaros ardan.
Desde un grito aparece, si no de otros hombres azules,
célula en las tinieblas que también sucumbe
a esa lejanía enterrada en un solo color,
a su primario rizo insondable de llanuras,
a su trepar por cuerpos de los que solo
él conserva tiempo, sonámbulo
que camina por otras noches.
Tantea con su rama primeriza
sin tronco sin apellidos sin tierra sin savia,
nos devora sin pertenecernos,
con nuestros cantos.
Salta a la esfinge de sus ríos
o delira cuajado en el empeño de sus corales
o de las tinieblas hace amanecer
la grieta de dos sexos.
Donde acabará la noche duermo manchado
incesantemente, ¿de qué me habla con arena?
sus párpados vibran como cisnes
levantándonos lentamente
hacia la palpitante campana de sol, sus secretas
márgenes de cal destierran
cielo hasta los tobillos de bronce. Te pienso
e impongo un camino de ríos: lo que no lees
es austero hemisferio nonato.
La tierra con su emergente catedral de palos
para siempre te une y te espera,
tu brisa en la piel oceánica de los lobos,
tu ausencia en las bóvedas, todo profundidad
escarlata que irrumpe
como un sauce continuo de transparencia
acuchillado.
No miréis, no miréis jamás el silencio,
lo que a su agua agredida y desnuda se enraíza,
su fiesta en los corazones de los pianos,
la pólvora verde de sus olivos,
las calles con sus máscaras de hojarasca,
no miréis su estatua golpeada
que una puerta oscura mastica,
no miréis al daros la vuelta
después de muertos
los espinos manchadas de ruiseñores
hasta que su labio en un estertor de azufre
añada otra vez la pobreza de las geografías.
No hay lugar al que ir a morir,
la descabellada frontera no es su cielo,
nos doblega la ausencia, su cadena
de espacios, su provincia, las rocas
de su despertar mudo,
y volvemos a dictarle los muchos ojos
del vacío.
Nos doblega la ausencia, su cráneo desflorado,
pero no el cielo.

Escrito por U U a las 16 de Septiembre 2006 a las 06:50 PM
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