El Acróbata
Con insólita destreza el acróbata
vence la gravedad
y aún el sentido terrenal del cuerpo.
Sirve a la admiración, a otra esencia
del existir
(que si no demandara tan gran esfuerzo
hubiera hecho de la tierra un escenario de prodigios)
volar, pararse sobre los dedos de una mano,
dar un salto mortal,
girar en los trapecios del aire
o bracear en las barras, tan ingrávido
como una idea platónica.
Porque el acróbata va a otra cosa,
se prepara para un orden platónico:
el espectáculo.
Allí vuelve visible esa unidad de lo
múltiple
(que a veces hasta nos permite cruzar el abismo
sobre la hebra de un cabello).