Recoges conchas, no paras
hasta que te llenas manos y bolsillos.
Planeas, nos dices, que la posibilidad viscosa que proyectan las ostras
pueda con el susurro de las caracolas que vas haciendo astillas.
¿Cuántas de tus conchas han perdido el nácar, cuántas aún brillan?
Enjuagas las buenas, las sostienes a contrasol.
Porque eso es lo que sigue.
La revisión.