Todavía nadie,
todavía descalzo sobre el agua de huesos y sangre,
todavía allí, pasando por debajo de todos mis puentes.
La lengua aclara los labios duros,
incesante la palabra se coloca debajo de todas mis lenguas,
lenguas que me tocan con otra fuerza,
la de la pobre tierra acumulada,
gastándome,
gastándome,
y sueño mi corazón, pero no pasa
el día que todavía es tiempo,
tiempo impreciso de un tiempo
que defiende de los todavías
la tiniebla intocable de los hombres.
Quiero seguir arrastrando el mármol con mi lengua,
estar debajo de todos los inviernos,
pintar con los ojos cerrados el frío que suena en la nada.
Debajo de mi mano tañe una hora
que está, que va a estar mirando
la luz madrugadora de los ruiseñores.
El redoble de una rama que se lleva el viento
se deshilacha sobre el barro,
sobre una escritura de pájaro que va imposible hacia otro fuego
[el que abre los balcones],
hacia otro barro
[con su fuerza para nada,
contra nada].
Cuanta sangre cuento entre los huesos.
Cuanta sangre, cuantos huesos
defendiéndose en el cieno.
Somos todo el hombre y seguimos
amando,
sonando en la nada para agarrarnos
a una estrecha puerta que bate
como la sábana apasionada de lo inesperado:
un remedo de música, de sueño,
un cielo que levanta de nuevo
lo que va cayendo con nosotros.