Me has leído en tus ojos que la recta no existe
aunque digan sí nuestros besos euclidianos.
Te tacho bajándote hasta el centro de mis uñas.
Cuando los muerdo tus pies aún saben
a las estrellas que pisaste en los lagares.
No lo hagas más fácil: calla o
ésta noche nos destrozaremos para saberlo.