Siempre Hay Una Alegría Mejor
El pasado ya no es nuestro, sobre todo ahora que los recuerdos nos engañan. Echarle monedas al pensamiento no nos devolverá la paciencia, pero tampoco el miedo. Si hubiésemos sido más hermosos, nadie nos hubiera podido culpar por ello. Al final los que duermen poco y mal son ellos (nosotros), los que nunca existieron.
Y del silencio perdido ¿qué podemos decir? nos conformaremos con seguir siendo puntuales a sus citas, ataviarnos para sus bailes, dejar que las nuevas dudas se desmoronen como un collar que sacamos de un estuche.
Aseguraremos que lo único robado es el estuche, aunque el futuro ya ha decidido que eso y todo lo que querríamos decir y no diremos va a convertirse con la paciencia necesaria en una sensata mentira.
Tantos viajes distintos son difíciles de aplastar, aunque ya no sepamos pensar en cosas importantes. De ahí debe venir nuestra valentía al encaminarnos hacia la felicidad, por muy mezquina que sea. Y para aguantar lo imposible. O lo que es lo mismo: para quejarnos por nada.
Pero cuando se pierde la arrogancia llegan los gritos, y al separar un poco los cuadros de la pared, vemos que por detrás están llenos de polillas. Si llega un niño y las llama mariposas, todos le miran sorprendidos. ¿Qué no le sucederá a un humano? incluso los más humildes, los de las tilas, tendrán que esperar otras primaveras.
A veces, esa es la parte más suculenta del negocio de perder.