Aquel domingo por la tarde el coche giró hacia un paseo desconocido: una serie de casas en hilera. Papá dijo: 'Naciste allí', y el coche se deslizó velozmente.
Sobre nuestras cabezas
- Mejor observar la otra vida desde aquí.
- Vista así no parece otra.
- Porque estamos muy a la izquierda, muévete más allá.
- Éste balcón es demasiado.
- Sí, se ve el borde mismo de la tierra.
- Y la huerta de Luisa.
- ¡Oh, y si quiero llueve!
Nacimos porque a nadie le ocurría
Ahora que las palabras terminan su trabajo en éste niño
es hora de que podamos hablar antes de que vuelva anochecer,
aunque al final ocurra mañana.
El horizonte ya sabes que no lo quiero para mí solo,
no me gusta ser cómplice de los diccionarios tristes
que mantienen el mar en una loma cercada de tedio.
Por eso en el insomnio de los atardeceres
noto como se acercan las olas a mis pies
cuando te sientas a mi lado con dos o tres palabras,
y mientras jugamos a encenderlas y apagarlas
empiezan a iluminarse despacio
las ventanas que dan al rincón de nuestros ojos
donde guardamos las luces del río y el puerto.
Por falta de espacio hay que escribir a veces demasiado deprisa en el hueco que queda entre el sol y alguna montaña.
Me pregunto qué acabarán leyendo los del otro lado.
Por eso me preparo para escribir también lo que no sé.