Vimos: los hierros de la tormenta
aniquilan en las sombras el rastro de la región.
Ahora que llegamos aquí, mientras los astros
escondiéndose en sus oquedades ciegan
la figura de los que amaron, en su entierro
brilla púrpura como un hueso viejo
el tejido del animal que abandonaron.
Bajo los árboles ya no triunfa el horizonte,
las largas espinas de sol que atravesaban el mar
de ruiseñores
tardes
calientes esperando la muerte
sin saberlo, esperando la llegada del mar
que todo lo olvida, y fue
como acuchillar un pistilo de agua,
nieve entre los dedos,
las simas de la flor de acero traspasadas
por hombres cargados con ánforas.
Atacamos entonces, arrancando ramas,
golpeando la luz en el polvo, como si la cueva
en la que tiemblan los secretos empezara a nacer
tras el veneno de nuestras bocas. Fue
como ser niño.
Mitigamos la ausencia
con espejos silenciosos,
nos mantuvimos invisibles
en las noches tibias,
esperando.