Me hablas con tu sangre
pero el ruido de las nubes
también eres tú.
Me hablas sé que me hablas
pero la radio encendida
de las nubes
traza un conjunto de silencio
en tu boca.
Somos dos en ese misterio
de una sola palabra
que escondes,
tan limpio como una cuerda,
en todas partes.
Me hablas tan alto, lo siento,
como un arco iris. Tus labios
abiertos se atropellan en las cerraduras,
eres un pentágono antiguo y cálido
como una semilla que trepa al sol
para calmarme, no sé si lo que dices
es más que todo nunca,
quizá si me escuchaste
yo ya me sé.
No mires aun la madera
de la tierra conmigo,
no enciendas siquiera las velas,
la razón no se refleja en los cuerpos.
Enumerando: el mar desborda el jardín,
esmalta las oquedades
de los sauces, las gaviotas
hacen sonar el aluminio
de los peces sobre
el corazón de la noche.
Morimos un segundo.
Grietas negras en tu rostro
me llaman como campanas lentas.
En la noche todos somos ciegos,
no hay miedo a la patria de ojos
y su otredad, transparentes
de oscuridad corroboramos
la vigilia de los besos,
sus palabras sin boca, los cabellos
llenos de estrellas muertas,
volcanes apagados en
habitaciones contiguas anotan paraísos
con su último humo humano.
Te apagas en todo tu esplendor
como un ruiseñor que sueña,
duermes entre aviones
ahora que ya no hay silencio,
ahora que por las escaleras resbala
un relámpago de tu grito
como un árbol de aire.