Hay un lugar, una tierra
que visito cuando soy feliz.
No sabría decir qué calle
me lleva, ni si llego a pie,
en camello o turismo. Voy
muy de vez en cuando,
pero siempre que puedo,
a voltear hojas, a beber
lágrimas de azúcar,
a ser yo, supongo,
incumpliendo mi tratado
con la realidad.
Entre tantos viajeros
y casi no hablamos,
coincidimos tan pocas veces
ni nos falta
ni nos hace falta palabra.
Tierra general, nuestro
olvido para que otros
puedan vivir,
para que a través
de la niebla nos vean
desde el ayer y vengan,
sin saber cómo
ni para qué, a estar.