Vamos a nacer en otros como las alas,
transparentes nidos dormidos en la menta,
nieve de los árboles.
Dime donde vamos, trepando
por el color de la piedra (presiento
que al dividido espíritu del otoño,
a la muerte sin final del viento).
¿Volveremos como rasgos de humo,
naceremos de otra sangre soleada,
de los cálices del bosque?
Vagábamos sobre el sol entre
la que nos narra y la azul que nos esquiva,
entre esas dos llamas,
y sus dos puertas abiertas y cerradas temblaban
hermosas como cabelleras. Por que venir ahora,
este noviembre, cuando la ciudad es una polilla sangrienta
que entre sus patas trae la escena de la lluvia,
y tras su tiempo se pudren los espejos
a la sombra púrpura de tardes y tardes.
Ahora, cuando el clavo de los trenes
apunta con su escarcha frenética de alambrada
al despeñarse sus tambores
en valles circulares de sonido,
con los ojos quemados de patio.
Ahora, como siempre, ante otra memoria.
Y dices que es ahora
porque nuestros rostros son abanicos
arrancados un instante a las raíces del mercurio
en la noche del sol, y nos movemos
al ritmo de la cal viva ahora,
esbeltos cadalsos del tiempo,
despoblados de escamas,
y a una voz morimos de pensamiento.
Se refleja en las sábanas el pájaro fosforescente,
pájaro de pico vacío en un universos íntimos,
y el desasosiego de sus alas es nuestra negra ilustración.
Que no nos toque ese perfume pagano
con el que infecta el polvo de las manos
de los niños. La victoria no espera nada,
quien la conoce tiembla como un dios
que calculadamente retira su sangre y su hueso
al llegar la primavera y observa
por las oquedades el baile humano del alma.
Fugitivo, vencedor, nada es grato
si no se ha perdido antes.
La amargura da palomas a la gente,
el musgo quebrado de los violines
desemboca en las heridas.
Un hombre exprime entre las lilas
la yema de nuestros corazones
y allí deja los cristales ordenados sobre el suelo
como grandes vestidos mal cortados.
Ahora, hermano,
todo ahora que volvemos.