Transatlánticos en las mejillas, nuevos mundos
como hormigueros aterrorizados surcando
toda la infancia, y entonces desembocar
en el suspiro de los cuchillos y su mordedura de árbol,
creer que somos ajenos al negocio de la vida.
Y ni si fuéramos astros dormiría la protesta
de sus perros grises, ni siquiera escondidos
dejarían de manar sus orfebres la esquina amargada
de las llagas.
Pero mirad:
aquí fue de cielo el fruto escogido
para manar nuestra sangre, aquí en los agujeros
se guardan espinas y huesos, aquí todos nosotros
sudamos dentaduras sobre la vía de los relojes.
Mirad a la alegría desencantar la muerte, mirad
a los hombres buscar los muros
como móviles paisajes rojos
en las aguas de pueblos olvidados.
Mirad, es un siglo lo que nos separa,
con sus tortugas sobre la boca,
es un siglo de ramas yugulares
lo que llega a nosotros desde entonces,
y vuestras manos exprimiendo el musgo de las
jaulas de las golondrinas, y los colores
muriéndose como caracoles de luz
ya cruzan el espejismo. Mirad, nos tocáis,
aunque impasibles. Las plazas de la nostalgia
se llenan de uvas y ya manan las mejillas
vuestro cuerpo de alambre. Ya os váis,
a ese otro momento que vivimos juntos.