Una tarde cualquiera, una nube
te mojó las piernas, o una charca
puso un vuelo de luna por tu sangre.
Llego así el tiempo. En primavera
se olvida bien el frío. También
se olvida bien la pena en primavera.
No querrás saber nada. Nada apenas
sabrás de todo aquello que nos puso
el corazón a pájaros. Yo digo,
y quisiera decírtelo a los labios,
que, sin embargo, no te olvidaré,
que igual que los otoños, que el ocaso
que deja cada tarde en la montaña
su gran sinceridad de buen sangrante,
cuando crucemos te diré tan sólo
con los ojos (y pondré en ellos mi sangre)
lo que te quise, lo que te quiero, lo que
suspiro por ti en cada ternura
que me acude hasta el pecho cuando llega
la hora de tus cosas. Puede ya
que ni te esfuerces los ojos por mirarme.
Lo peor del recuerdo es la huida
no al amor, al olvido que existe.
Si nos cruzamos tú sabrás de sobra,
sin que apenas te pares a pensarlo,
que espero otro milagro del amor.