El auriga Tristán Cardenilla
'Una tarde trotando por la Avenida Prat, noté que el animal pisaba en falso, como si tuviera dos patas más largas o más cortas que las otras, dando bote, soltando el freno. Comprendí que se estaba muriendo, mientras se justificaba con humildad: Hasta aquí no más llegamos, viejito.
-¿Te vas a ir, entonces? -le pregunté.
-Llegó la hora - confesó con tristeza el caballo.
-¡Qué es eso! le dije para darle ánimo.
-¿Puedo pedir algo? -consultó.
-Claro que sí.
-¿Así a lo amigo?
-A lo amigote.
-¿A lo cumpimpa?
-A lo cumpimpa -acepté llorando.
-Es algo que no tiene importancia.
-Pide, pide lo que quieras -agregué, sonándome.
-No quiero que los niños me tiren piedras -dijo justo cuando la muerte le llegó a los ojos y se los puso duros, como de vidrio, y yo me quedé mirando en ese reflejo frío.
Había empezado a llover, lentamente, como para abrigarnos, como para protegernos, como para herirnos aun más.
Llegaron un carabinero y un fotógrafo.
Busqué un bar, me despaché dos botellas al hilo, tratando de contar la historia de un caballo muerto bajo la lluvia que no interesó a nadie. Pensé, mientras miraba el temporal, que usaría corbata negra, para recordar su memoria, igual que esos viudos que uno ve en la calle, sin saber para qué lado partir, solos, solos, pero tan solos, que dan ganas de abrazarlos, de decirles algo para que no renieguen de la vida y de la hermosa luz que nos alumbra a cada instante.'
(Alfonso Alcalde)
Escrito por U U a las 8 de Octubre 2009 a las 10:57 PM