¿Es un hombre? La sal lo traiciona en silencio.
Si la vereda transforma la luz como una entraña
y nos perdemos en su luto, presentimos.
Fuera del mundo camina un dios de salitre.
Y la muerte es para él lo mismo
que el mundo.
La claridad de las calles en silencio
¿adónde nos lleva?
Las montañas se incendian los trenes
los pájaros se revelan éxtasis delgados
paisajes nos arañan.
Profundas manos,
las razones
con sus pesadas lenguas rojas,
profundas manos atraviesan.
Razones como corales en llamas,
manos como abismos,
desvaneciéndose en las galerías.
Inviolable, la constelación inicia sus pasos
de vapor hacia el mar,
se nutre de peces ciegos,
de tiburones oscuros,
y descansa como un útero antiguo
al otro lado del cielo.
Desnudo como una máscara,
el dios responde al rito de las algas,
las enlaza como cuchillos,
y en sus filos atrapa la marea.
La esculpe y la sepulta.
Nada tan indescifrable
como la piedra, la piedra de mar.
El vestido de la luna grita
desde los huesos de las ventanas.
Derramarse como una raíz
sobre las bocas de la noche, número
infinito condenado a recibir
el clavel abstracto de la quietud,
un dios en la corola del silencio,
ratón incrédulo del universo
(y lo veréis triturado
en las mandíbulas de las olas,
bailarín roto de la humedad, eterno efebo
del éter).
¿Por qué el verdugo y no la muerte?
En el vértigo del espejo
cada latido es para siempre.
Pronombre de la piedra, canto encerrado
en agua.
Se arquea la luz y se desvanece
el trino del incendio.
Solo un fuego leve le acecha, aún
en la espada el ágata de los mares.
Va susurrando sus colores
como se susurra el miedo
a un niño, por todo el cuerpo
transparente la hiedra
de los salones de música
sonríe a oscuras, y a solas bajo la arcada
rosada derriba los astros
pronunciando lentamente sus nombres.