Todo lo abandonó Li Po
al orden de este mundo. Su ley perdida
dejó de entrelazarse con el día y la noche.
También sus perfectos gatos
fueron olvidados por los espejos.
La única sustancia, la misma idea,
el instante descoordinado en que desapareció
su ábaco, se extendió sobre la certeza
como un manto helado, hipotética visión
de sangre presentida por un puñal.