La sangre del aire en los alambres
inmóviles de una lluvia
geométrica e insistente
hacía de nuestra carne una máscara
atravesada de escalofríos.
El convencimiento idealizado del amor
anidaba,
sobre adoquines la mirada
como materia distante proyectaba
pleamares ilusionadas,
hablábamos frente a un espejo por calles
imprevisibles, llevabas el lirio
de silencio a mi boca.
Universos sobre el tiempo:
habíamos roto en la cúspide nuestros rostros
y eran más de las doce.
Una música infinita se llevaba las calles,
se llevaba a la lluvia las calles
con intensos brillos calientes
a los que nuestros ojos cedían,
algas iluminadas que cambiantes
han surgido de la nada
ante la oscuridad.
Aún, creo, sea entonces,
si un vértice nos toca el costado
transfigurado pero ardiente,
si el misterio no nos soluciona
y al acercar mis ojos
a tus iluminados ojos
la figura que nos posee
no nos predice.