Comes manzanas en la habitación rosa
y mientras, se te tuerce el recuerdo de un caballo
al que apostaste anoche.
Te lavas los dientes con la mirada perdida
en sábanas de seda pero
hay que ver que ligero se fue el dinero
ya casi no queda nada,
no adueñarse del Casino fue otro error.
Un poco en mala postura, el cojín
te quita tres deseos: Lola, Paula y Alicia.
Vas añadiendo notas al aparador,
los pies más fríos que antes,
alma de lo urbano, qué acogedora
la impaciencia del azar, qué pocos lo saben.
Comes manzanas en la habitación rosa,
escuchas en la radio música sencilla,
todas las luces están encendidas
desde que naciste.
Cuando ganas, en tu cuerpo desnudo
se posan los gorriones,
y te ven pasar mujeres
de todas las edades,
y te van quitando alas.
¿Te arrepientes todavía de no
encontrar ese sitio en el Casino?
Todos se arrepienten,
al parecer la noche tiene correspondencia
con el día. Y tú con tus moratones,
con el paso indiferente de los iluminados.
Tanto tiempo esperado, el crepitar
de los mercaderes, miras la cúpula
de hielo que cubre tu sacramento.
Pasas todo el día tomando refrescos.
Los días vuelan como mariposas.
Los amores van y no vienen.
Un cálculo exacto y serás
la tierra prometida.
Por la que ellas van y vienen.
En el Casino, qué pocos lo saben,
la vida es diferente. Trajes
de etiqueta, sueñas, la luz de la mañana,
un poco de frío al calor de la gente.
La ciudad vacía, los elementos del silencio.
Recorrer el camino que te aleja de tu casa.
Ajeno a lo visible, en el mismo círculo
se movieron las flores, se movió la tierra.
Muchos lo dicen,
yo no,
tu mayor suerte es no reconocerte.