Moverse y regalar es taciturno para el desprecio, pero espera, la nueva villa comparte espejos, dinamismos de las manchas, estatuas de mimosas como un único corazón que siembra preceptos de la liviandad del hecho de sobrevivir. La muerte no es tan digna, no es tan digna, no perece, no existe, no es tan digna como horadar la vida con el cuerpo de un sonámbulo, no es justa no es terriblemente digna subida a un barco y lastrada por su propia tiniebla, alquimia pavorosa de la seda, enramadas plumíferas de los aviones que van a dar al hastío, donde la broma recupera su hoyo en el campo de miseria, en la plana mentira, en el insepulto juguete que espera, que hay que enterrar, que por él mismo accede a la desmemoria y a la idea de que la espera es siempre vana. Pero es un sueño y después una quimera y después el olvido. Y del olvido nada regresa, nada ni la muerte aunque también espere aunque los libros sean escritos y las imágenes adoradas y la tristeza se encoja como un canasto de fieltro y los cisnes se peleen por alzarse antes sobre el agua y beber la sangre de nuestros cuellos destrozados. Y aunque ya casi no quede nada de los cisnes allí siempre vencen, siempre vencen porque no esperan, porque no esperan vencer y la derrota no existe. Ni en la negrura del fondo del estanque ni en la gota de oro que mancha el agujero de su cráneo, ni otro espejo del desprecio existe en el que no mueran.
Escrito por U U a las 19 de Junio 2008 a las 03:08 AM