Las doce cuerdas la ligera sensación de herir, una nutria sin cabeza da un helado interés a la fijación de la vida espera duermen los acantilados como máscaras, las adelfas y su ring ring sobre la espesa orilla, ángeles componen alícuotos desesperos mana del fuego un hélitro de sudor, la lágrima espera, y solo queda la ventana desproporcionada ese cuerpo ya macerado por la luz del ocaso, esa inocente mitra sobre la cabeza de Halicarnaso. Trece tumbas, trece tumbas y un tesoro de mármol, la nieve se eriza sobre los pantanos llenos de amapolas. Un invierno seguirá exigiendo la tierra, paso de lunático, error afilado, zapato de duende, tres hogares tres fechas, un muerto bajo muchas nieves al que muchos eternizaron.
Suda, suda como un ejercicio tibio, la estrella en la matriz, ecuánimes lotos que reviven como ojos de amor, la piel en qué lenguas. Siempre la tragedia busca un final, pero tan pronto las nubes, tan alejado el halcón a ésta hora, todo se repliega como un oasis hacia el corazón finito, turbado.
¿Una palabra rastrea la levita de nueces la pura especia
de todos los lugares uno reina
y en todos esos modos de andar tan extraordinarios
como piezas de madera ensambladas en los cabellos
de los pozos como la lumbre herrada con tijeras de una nevada adonde fueron los hombres
y quién suspira tan neciamente
si ayer andábamos trinando de hora en hora
qué magia perdida nos sostiene
y cómo la alimentamos?