Propongo cena, película y be(r)sos en vuestras casas. Propongo jugar a desorientar vuestras sábanas, quitándoos las costuras y mezclándoos.
Echo de menos probar a invertir la direccionalidad de la inercia, de forma que todo destino no sea más que otra forma de regreso...
Echo de menos cerrar los ojos mientras mantengo los ojos más abiertos que nunca, y sentir crecer desde dentro de su(s) mirada(s) el interior de otros paisajes que también son yo.
Echo de menos jugar a ser una desconocida para mí misma y llegar a una ciudad que tampoco termina de reconocerse en la piel que le pusieron.
Echo de menos adivinarme en la mirada del viajero que está sentado justo enfrente mía, espejándome, sin saberlo (y sin que yo lo sepa), todo aquello que soy y que no me veo.
Echo de menos adivinarles las tristezas a mis compañeros de vagón, que cierran los ojos intentando, inútilmente, recuperar todos aquellos sueños que perdieron.
Echo de menos los recuerdos que viajan en dirección contraria a la que traza el tren y se tropiezan conmigo en el mismo punto y seguido donde les diera esquinazo en el pasado.
Echo de menos ladear mi vida y apoyarla, sin esfuerzo alguno, en la ventanilla, viendo cómo se descompone el paisaje con cada uno de mis parpadeos.
El auriga Tristán Cardenilla
'Una tarde trotando por la Avenida Prat, noté que el animal pisaba en falso, como si tuviera dos patas más largas o más cortas que las otras, dando bote, soltando el freno. Comprendí que se estaba muriendo, mientras se justificaba con humildad: Hasta aquí no más llegamos, viejito.
-¿Te vas a ir, entonces? -le pregunté.
-Llegó la hora - confesó con tristeza el caballo.
-¡Qué es eso! le dije para darle ánimo.
-¿Puedo pedir algo? -consultó.
-Claro que sí.
-¿Así a lo amigo?
-A lo amigote.
-¿A lo cumpimpa?
-A lo cumpimpa -acepté llorando.
-Es algo que no tiene importancia.
-Pide, pide lo que quieras -agregué, sonándome.
-No quiero que los niños me tiren piedras -dijo justo cuando la muerte le llegó a los ojos y se los puso duros, como de vidrio, y yo me quedé mirando en ese reflejo frío.
Había empezado a llover, lentamente, como para abrigarnos, como para protegernos, como para herirnos aun más.
Llegaron un carabinero y un fotógrafo.
Busqué un bar, me despaché dos botellas al hilo, tratando de contar la historia de un caballo muerto bajo la lluvia que no interesó a nadie. Pensé, mientras miraba el temporal, que usaría corbata negra, para recordar su memoria, igual que esos viudos que uno ve en la calle, sin saber para qué lado partir, solos, solos, pero tan solos, que dan ganas de abrazarlos, de decirles algo para que no renieguen de la vida y de la hermosa luz que nos alumbra a cada instante.'
(Alfonso Alcalde)