Antes de que te fueras, aquel día,
mientras atravesabas las dos puertas que dan al patio,
pensé que en algún lugar, en ésta casa, te quedabas.
Me hubiera gustado volver a entrar y verte.
No habría tenido nada que decirte,
pero me hubiera gustado ver de nuevo tu rostro
unos segundos después
y siempre por última vez.
Pensaba en eso hoy
mientras me disponía a atravesar
por allí, por las dos puertas.
Y sucedió algo curioso.
En cierto momento,
una de aquellas puertas se abrió.
Por un instante, tuve la certeza absoluta
de que entrarías por allí,
y que pasarías junto a mí,
sin decirme una palabra.
Pero no sucedió nada, (- dijiste) porque a la vida
siempre le falta alguno de nuestros detalles
para ser perfecta.
Llueven heridas sin piel
de abajo a arriba de mi espera
éste miércoles de cualquier siglo
aún sin luna.
Navego sobre indicios de luz marina
y apago el lago sediento
de las palabras oscuras.
Se llenan de naranjos
los correlatos del sentimiento
siguiendo un camino
de lentos desnudos.
La risa de tus dientes
(creo)
se parece a la hierba fina
que crece junto a los rayos
y me acerca al tacto amoroso
del segundo septiembre
de las violetas.
La gente siempre cree que hace todo lo que no debe durante un segundo y después nada puede perdonarlos. También nos dijimos que nos amaríamos siempre, y entonces no se nos ocurrió que podríamos salvarnos. La eternidad nunca es el amor, sino el crimen.
Dice ella.
La química se cree que lo sabe todo. Luego te atizan una pedrada en la cabeza y te despeñas, dice él.
Que te sirva de aviso, dice ella.
Será mejor que volvamos al hotel. Juraría que hemos estado aquí antes, pero no hay manera de estar seguro.
Dice él.
Por supuesto vuelven al hotel. Él canta. Ella hace como si le fuera a coger en brazos. Él pregunta riendo si no fue en el aeropuerto de Moscú donde les quitaron las maletas y las fotos. Ella dice sí. Ella dice fue un error.
Él dice al menos esa vez el error no fue nuestro. Ella sonríe. Ella dice sí. Ella dice que error siempre le ha parecido una palabra exagerada.
En Moscú no, dice él.
Pero ya han llegado al hotel, y los perros del conserje salen a saludarles sin sorpresas.
No sería extraño que lo hubieran dejado soñado antes.
En el mismo hotel, en el mismo sueño.
Demasiado duras por dentro,
demasiado blandas por fuera.
De sangre fría,
las cicatrices de las palabras
son las más peligrosas.
Las cicatrices de las palabras
son capaces de hacer
aún mucho daño.
Si no deseas con cuidado, esperaré siempre que tus deseos no se cumplan.
Para que no se vuelvan contra ti.