Me cruzó, anchos brazos, sin mirar,
artesanía pura, un poco quebrada,
pero ante la luna
era como volver atrás
o ser el último.
Llegó a la mesa, capitán esmeralda,
hijo de perseguidores. El mantel
los tocó a todos, cogieron los tenedores,
muy despacio dejaron
los sombreros
y por placer
se inclinaron ante la dama
como si en el mundo dejaran
de existir las ciénagas.
Como si todo estuviese hecho
de servilletas
y sin duda
esa fuera la mejor opción.
Automóvil. Sonriendo sobre el automóvil.
Sonriendo. Se puso un collar al cuello sonriendo.
Collar. No se movió, era de coral.
Tráquea. Hipnotizado por los objetos,
como un automóvil, no percibió
la. Niebla. Rozó con el dedo su panza,
se puso de perfil y,
sí, se quedó clavado
en el paisaje.
La vibración de la niebla
nos moja con su zumbido,
saqueo impenetrable,
ojos vacíos,
pero
estás
lo suficientemente
cerca.
Tu caja de peines me recuerda
que no es suficiente
con que la bandera deje de ondear.
Superarla es como quedarse
sin aliento.
Las líneas trazan azulejos,
la vida se alimenta
de lo que queda en los rincones
(pequeños periódicos,
el bombón helado...).
Detrás de su madrugada
hay un hombre con la piel
de los que olvidan.
Despiertas.
Dejas una flor sobre el pan
que me dice
adonde vamos.
Grandes cantidades de datos
leídos con rapidez en un diagrama,
Euclides tumbado junto al árbol,
junto a la fruta pues,
o al futuro de la fruta.
Grandes cantidades de diagramas
repartidos entre los árboles
acosando a la primavera
con su universo ajeno.
Trazó el número
antiguo que contenía naturaleza
y humanidad, casi desnudo.
Se empezó a buscar
el centro, un árbol
del que cayeran todos los frutos.
Hablaron las escuelas,
las dimensiones se combinaban
sobre los cuerpos de los amantes.
A mucha velocidad parecía crecer
la rama que ahora está oculta.
La calavera de fiesta me empuja,
lirios fláccidos saludan por los pasillos
a la reina de todas las trenzas
con sus zapatos caídos,
con su arrebol de Musitania,
(¡rápido, rápido,
mi perfume se marchita!)
llanto de velas y
hela aquí
con sus latas de sardinas
acechando,
con sus
enredaderas.
No es el fin, murciélagos,
la reina de todas las trenzas
respira un poco aún en la madrugada
y manos de ámbar
tiemblan
(su cuerpo ridículamente pequeño
ha caído formando una arco
sonriente a la izquierda
decepcionado a la derecha).
Latidos por todas partes,
obreros eugenésicos abriendo
cinematógrafos en el cielo pardo
de sus ojos. El valor de la muerte
que todos perdemos
la educa.
Aquí viene (y va) a medio gas
la somnolienta reina de todas las trenzas.
Gestseihmefarhungaitelungerbuchlehrfaeden
fuhrbandernikensommnendatschbinuhrtaben
...o S.O.S.
Miramos fotos de torres,
elementos naturales sumergiéndose
en hondonadas de ruido.
Bajamos a través de los párpados a los cráteres.
Una intrépida hormiga tramita con un gato
la semilla del limón, boca abajo, boca arriba.
Perdóname, no pretendo el reproche,
ni una llave sombría,
ni siquiera hilar en silencio,
pero es el viento acercándose
a las ventanas
con el olor de la tierra apasionada,
ávida,
el que me va apagando con su llama,
transparente con su llama.