En el tren que la conducía a Siberia, Ginzburg recitaba poemas a sus compañeras para distraerlas. Entra un guardia: oyó que alguien leía, y los libros estaban prohibidos. Ginzsburg asegura que está recitando de memoria, pero él no acaba de creerlo y le lanza este desafío: "Si lees media hora sin libro, y sin parar, te creeré. Si no lo consigues, todo el vagón irá al calabozo hasta Vladivostok". El vagón retiene el aliento: ¿Habrá que pagar por aquella experiencia estética?. Como una nueva Scherezada, Ginzburg sonríe y comienza a recitar Eugenio Oneguin. Media hora más tarde, le llevan un poco de agua para humedecer la garganta y ella continúa. La apuesta está ganada y todos, recitadora y oyentes, sienten que han ganado una pequeña victoria sobre el mal circundante. Ginzburg creerá en esta forma de resistencia hasta el final de su encierro: 'Mi instinto me decía que, aunque mis piernas flaquearan, aunque mi espalda se rompiera bajo el peso de las angarillas sobrecargadas de piedras, en tanto que la brisa, las estrellas y la poesía continuaran emocionándome, yo seguiría viviendo'.
'La respuesta no está en la respuesta. Lo realmente interesante es su misterio.
La necesidad de misterio es mayor que la necesidad de respuesta.'
Están cogidos de la mano,
en silencio,
bajo los soportales.
El niño mira su columpio,
muy triste,
bajo la lluvia,
y no lo entiende.
El padre mira al niño:
es la vida, hijo
-quisiera poder decirle-,
y no ha hecho más que empezar.
Enérgico, curvado y gris como estos tallos de marzo,
Percy, con su chaqueta de lana azul, se inclina entre los narcisos.
Está recuperándose de una dolencia pulmonar
También ellos, los narcisos, se inclinan ante algo grande:
Algo que hace tintinear sus estrellas en la colina verde donde Percy
Alivia el dolor que le causan los puntos, y pasea, pasea.
Hay una cierta dignidad en todo ello, un cierto ceremonial:
Las flores, vívidas como vendas, y el hombre sanando.
Los narcisos se inclinan y se yerguen: ¡les entran unos arrebatos!
Y él, el octogenario, adora esos pequeños rebaños.
Está muy amoratado; el viento atroz pone a prueba su respiración.
Los narcisos, vivaces y blancos, lo miran y lo miman como niños admirados.
Lo primero es mirarse al espejo
y aplicar contención
para evitar buscarse huellas,
fijar la atención
en lo que ocurre en segundo plano.
Lo segundo ajustar
la suavidad del jabón
a la piel y quedar libre
de los rastros de la noche.
Lo tercero hacer como
que ahora sí miro
pero sin tocar
lo que he arrancado antes
(es mejor que no vuelva,
y seguir el agua
que ensució las manos
no llevaría a ninguna parte).
Lo cuarto
resistir bajo la presión de la sal
que quiere sus olas,
mantener la herida abierta
fuera de mí,
hidratarme y brillar
hasta que finalice
la pequeña cuenta atrás
que propongo
como salvación
de este día tan hermoso
de verano.
'Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad'.
'Avergonzada, no he hecho nada
ninguna victoria en mi nombre.
Sólo hice sudar a los caballos de la guerra'.
'Lo fácil hubiera sido ir de la mano de la queja,
embozarnos con la capa del desengaño.
Eso nos hubiera dejado menos arañazos.
Eso sería lo fácil.
Lo difícil fue hacerte, dolor, un cuarto propio.'
'Él siguió andando y nosotros nos detuvimos en el vestíbulo y Caddy se arrodilló y me rodeó con los brazos y su cara fría y brillante contra la mía. Olía como los árboles.'
'Y si el final
no fuera más que un algo
que se enciende
hacia otra parte.'
'Es como si estuviera
leyendo un libro.
Y es un libro que me gusta
muchísimo.
Pero ahora lo estoy leyendo
lentamente.
Así los espacios entre las palabras
son casi infinitos.'
'-¿Qué haces?
-Solo estoy mirando el mundo... y escribiendo una pieza para piano.
-¿Sí? ¿Puedo escucharla? ¿De qué va esta?
-Como no tenemos ninguna foto de los dos juntos, se me ocurrió que esta canción podría ser como... una foto que nos refleje en este momento de nuestra vida juntos.
-Me gusta nuestra foto. Puedo verte en ella.
-Estoy en ella.'
Y en el sosiego, un sueño
alinea las sábanas,
ordena la respiración.
Donde descansamos
vienen a beber
los animales blancos.
Los momentos, también
los que llevamos dentro,
cambian
para que entendamos
qué formas tomó antes
lo eterno.
'Tampoco existen los espejos.
(Que alguien defina uno.
Que alguien confiese que quedó satisfecho.)
La mente no es un espejo.
El despertar no es árbol.
Pero aun si todo dentro
tiende a la desaparición,
tenderemos las ramas
de un lenguaje imperfecto.
Es casi inevitable.
Se frustrará el vacío.
Ganaremos un poco de belleza.'
Si guardara esta carta
él moriría
y no lo sabrías nunca.
Sólo tendría que
dejarlo pasar.
Lo olvidarías
y no te perdería.
El tiempo es cruel.
'Me he dormido', dirías,
y todo volvería a despertar.
Si guardara esta carta...
Quizá fuera impertinente observando la felicidad de aquella pareja que siempre llamaba su atención en el parque. Un día, cambiaron de paseo, pero él los siguió. Al día siguiente, solo el joven apareció, sin ella. Y al siguiente, el banco donde se sentaban quedó vacío. Y también al siguiente. Y los que vinieron después. Y también estaban vacíos los demás bancos donde los había visto sentarse. El último día que visitó el parque, cerca de él había otra persona que también parecía buscar a alguien.
No te avergüences de tu mundo entero.
No es tu culpa.
No hay un todo,
ni siquiera un nosotros,
en ninguna parte.