Desde que se fue
Nunca más volvió
Seguiré sus pasos
Caminito, adiós.
Era claro y era un sueño
pero era su mano
como su rostro en los visillos
un gas fantasmal sobre las pantallas de morfina.
Como en un torneo los paraguas se levantaban
al cielo y caminábamos entremetidos
en pequeñas electricidades
y así tallábamos nuestra belleza en el espacio
nunca
la luz entró en aquellos jardines
como entró junto a nosotros
y la danza de las hojas
(también caen en primavera)
como una herida esmeralda
palpaba las vísceras hermosas
las alas de estreno
el antifaz de espejos y relámpagos.
El vestido blanco, el borde de las aceras
para ejercicios de funambulista,
telefonía astral de pasos que zumbaban
en el pasado de los objetos.
Las flores se abrieron dos veces
aquel día
la vida volaba
el cielo estampado
en tu pelo era como la droga carmesí
que se ataba a los fuegos que nos amaban.
Las piedras eran un lujo, eran pura seda,
puro uniforme de colegio. No había lagunas,
nada de rosas. Tú y yo éramos de azafrán.
Los ojos vibraban saqueados por las cúpulas de plomo,
completamente soñados,
únicos, elementales.
Las altas nociones, mandarinas secas, el árbol tijera, las lámparas tifón, el acuoso columpio, hileras de algodones en las ojeras de los hospitales, tiernos arroyos bailan en el rubor de la espesura. No cumpleaños del pánico, oleadas de heridas reflejas, mantos quebrantados por los monasterios de 8 y 9 años, la longitud es el precio de los cartuchos, la X en los muslos partidos de las pitonisas, los sargazos los milagros los locos de los metales, la pequeña pirita en el fondo de la nariz. Ojos cavos, ruido blanco en las pastelerías, una nevada flácida en los dedos amarillos, martes y otro día, miércoles y los baptisterios vacíos, la sacratísima forma enhebrada en la aguja de la selva, trópicos húmedos de la infancia, relojes bicarbonatados, la seriedad de tomar el arco sin flecha alguna, la longeva tentación de medirse la vida fragmentada de dolor a dolor, de garra a garra, atorados en las encinas.
Nunca muere el dolor porque forma parte de lo que la muerte no puede tocar. Las cucharas se mecen en las manos de las madres, los titanes persiguen en el tiempo los glaciares estrellados. Los pequeños actos murmuran sobre la llegada de un gran acto que los consagre, acaecidos sin ritual, atraídos por un viento en el que las miserias no se deforman. Exacerbadas por la memoria, esfinges desplomadas eclosionan en las malas hierbas, suman mares y ríos en pequeñas ondas templadas, integrales, y con sus feroces hilos arremeten contra los arrecifes.
No hay cambios en la noche, la mano abrocha la tiniebla con firmeza, y todo brilla miserablemente.
Por la mañana, las cuerdas han atado el paisaje, las ventanas del paraíso nos cortan los dedos, las flores son telarañas rojas que atraen a los espejos.
La materia de la que están hechos los mártires suspira en el asfalto dorado del verano, tierras baldías y animales moribundos, llenos de sed, se arrastran entre los remolinos inanes del aturdimiento. Laberintos entre las zarzas, hijos nonatos, tormentas de azabache, los ríos manan soledad, la pereza de la ciénaga olisquea la disfunción de la belleza allí donde se pasean los árboles inútiles del destierro diurno, y cantan como si un niño con caramelos envenenados en la boca llamara a sus padres, y el cielo se viniera abajo como una burbuja de sangre y trajera la noche más impasible, los dedos más húmedos, la llama oscura de un mundo inmóvil. Heliotropos obstruyen la entrada al corazón, dulce hierba fresca calcina los zapatos, los remienda, los prepara para el paso en falso, para la cáscara rota y el zarpazo de las golondrinas. El campo es invisible, inenarrable, independiente, paralelo. La espuma en las fuentes se llena de manzanas, los pueblos desaparecen en el viento, un torrente de ropas negras ejecuta a los caballos. De nébeda es la sombra de las murallas, fresas en las plumas de las palomas, asteriscos en las ventanas y el brillo de cien cuervos que recogen el esmerado tul blanco de las lágrimas. La mente está en un espejo, el trofeo es una seca alambrada entre las nubes. Palmo a palmo la nieve se seca, los fuegos tiemblan, abajo hay dulzura, hay terribles moscas paladeando el sufrir, la vergüenza. Hélitros en los ojos, pestañas en las caderas, ramas de bronce atravesando las espaldas. Paisaje horizontal ,todo se tiende como una lámina irisada, como una mano muerta. Lamento y herradura, la boca cimbrea como un puñal de saliva, se tuerce el pico del ave maestra, del ala universal que devora el arco iris, que despeña las esmeraldas, que como un cuerpo desnudo y muerto traza una tierra en la otra tierra y luego en el mar, alga de los insectos , madrépora virgen y ya exhausta. Una estrella de mar se pierde en nuestra boca, un animal levanta la arena del fondo del mar. La ternura de olas es como el cabello, e inunda las esferas titilantes de los relojes, arremete contra los miles de agujeros que forman el dolor de la piedra, se remonta a su propia espalda y tiñe de velas un horizonte que pervive por las mañanas en todos los violines.